Hace unos días me ofrecieron ir a un concierto de un tal Francisco Lumbreras, que no conocía de nada pero que por lo visto tocaba instrumentos de percusión poco habituales, y por supuesto acepté, en este sentido me dejo engañar fácilmente. Cuando me dijeron que era en un herbolario, ya empecé a sospechar, así que me puse unos pantalones cómodos y me aseguré de no llevar tomates en los calcetines por si acaso.
Allí que llegamos y al entrar en la sala, en lugar de sillas, la gente estaba tumbada sobre unas colchonetas, con unas mantitas y unos cojines... Como dice el refrán, allá donde fueres, haz lo que vieres.
El tipo llegó y empezó a explicar lo que iba a hacer, me sorprendió que de los 25 que estábamos, más de la mitad ya lo conocían, y habían estado otras veces en su concierto... groupies cincuenteras totales. La impresión ya cambió cuando empezó a hablar de la terapia que íbamos a hacer y de las experiencias que podríamos vivir durante el concierto... o_O!
Apagó la luz y empezó el espectáculo. He de decir que me encantó, los gongs, los cuencos tibetanos, el didgeridoo, sonidos guturales, y sobretodo el tambor de océano que simulaba las olas del mar, alucinante. Además como estábamos totalmente tumbados y con los ojos cerrados (creo que oí algún ronquido en la sala), este hombre se iba moviendo entre nosotros, por lo que el sonido variaba de lugar.
Y después de algo tan curioso, vino lo que para mi jorobó la tarde. Cuando ya terminó y se encendió la luz, el tipo empezó a preguntarnos que si habíamos sentido dolor, que si habíamos visto imágenes, que si no se que rollo... Y lo enlazó con la teletienda, que si las flores de la vida (unas pegatinas) por 3€ que cambian el sabor al agua, que si no se que trasto para igualar el Yin y el Yang, que si venimos otra vez nos hace descuento. Y así 45 minutos que se me hicieron eternos y como digo, fastidió el momento e hizo que me piense mucho volver a ver a este hombre.
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