Me despertaste a las 2 de la mañana de un día cualquiera, no te esperaba.
Cual niña del exorcista, me retorcí en vano en la cama, buscando la mejor postura para que dolieras menos... no importaba, luego supe que me hubiera puesto como me hubiera puesto eres dolorosa y punto.
Hasta tal punto llegó el dolor, que empecé a marearme y tuve que acudir al encuentro del ser de porcelana blanca que habita cerca de mi habitación.
Tras consulta con un ser de sabiduría superior, tomé drogas que te calmaron algo, porque chica, eres dura y poco se puede hacer contigo. Aun así, me volviste a cornear en dos ocasiones más, hasta que a las 6 me dejaste dormir un par de horas.
Consulté a más sabios y todos coincidían, habías venido sin avisar y tarde o temprano debías irte, pero por el lado opuesto por el que entraste. Intentaron fotografiarte pero eras pequeña (menos mal) y no quisiste dar la cara, otra tanda de drogas y ya prácticamente dejaste de molestar, aunque estabas ahí, te sentía.
Pasadas 60 horas, y media hora después del anuncio de tu llegada en forma de río turbio con pequeñas partículas rojas, viste la luz del sol. Ahí estabas, tan pequeña, tan insignificante, y el por saco que has dado...
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